Frankenstein (2025)

En un caso atípico, esta semana escribo sobre una película cuyo estreno masivo se realizará el 7 de noviembre directamente en Netflix, pero que, debido a que su director decidió estrenarla de forma limitada en algunos cines de nuestro país antes de esto, varios pudimos verla en la pantalla grande. La película de la que hablo es la nueva adaptación de Frankenstein que ha realizado nuestro compatriota Guillermo del Toro.

Del Toro es el rey de los monstruos y los rechazados, como ha demostrado a lo largo de su filmografía, por lo que resultaba obvio que tarde o temprano intentaría llevar a la pantalla la novela de Mary Shelley, ya que no existe en la literatura otro ser al que se le puedan adjudicar estos adjetivos de mejor manera. De igual forma, también es uno de esos directores que puede presumir de tener un estilo único y característico; en su caso, podríamos comparar su sello al que ha marcado la trayectoria de, por ejemplo, Tim Burton.

Por lo anterior, siendo esta una historia que ha sido adaptada tanto en cine como en televisión en demasiadas ocasiones, el reto del director era crear algo que no se hubiera visto ya, siendo fiel al material base. ¿Ha logrado hacerlo con éxito? De eso escribo a continuación.

La historia es la misma que conocemos: Victor Frankenstein (Oscar Isaac) es un científico obsesionado con vencer a la muerte, que decide realizar un experimento utilizando partes de cadáveres para crear un ser al que pueda darle vida: el monstruo en cuestión (interpretado en esta ocasión por Jacob Elordi). Tal cual sucede en la novela, una vez que contempla su creación, intenta deshacerse de ella al considerarla una aberración, situación que desencadena un profundo resentimiento en la criatura, ya que no puede entender la razón del rechazo no sólo de quien le dio la vida, sino del mundo en general.

En el entendido de que, cuando se busca mantenerse fiel a un producto tan conocido, las modificaciones que se realicen no deben traicionarlo, Del Toro —si bien haciendo algunas bastante notorias— ha decidido centrar su visión en un cambio de tono más que en uno de historia. Por esto podemos decir que nos encontramos ante la versión más sensible y hasta romantizada de este relato, lo cual puede no agradar a algunos, pero dota a la cinta de un espíritu propio que la aleja por completo de otras versiones, como Mary Shelley’s Frankenstein (1994), dirigida y protagonizada por Kenneth Branagh, a pesar de que esta última adapta mejor ciertos momentos de la novela.

A mi punto de vista, Frankenstein siempre ha sido una historia de padres e hijos: una en la que el vástago es rechazado por el simple hecho de no cumplir las expectativas que el padre depositó en él. Esto, como sucede en la mayoría de los casos, desarrolla traumas, rencores y frustraciones en el hijo abandonado, quien no entiende la razón de su situación. Pues todo esto aparece en esta versión, junto a otros temas fijos como el hecho de que los humanos resultamos más monstruosos que la criatura misma, quien siempre termina rechazada por su aspecto, siendo agredida en múltiples ocasiones por este motivo, debido a la barbarie y crueldad de la que los humanos somos capaces.

Para dejar en claro los aspectos principales de este relato, Del Toro decidió dividir su película en cuatro partes: un relativamente corto prólogo —parecido al de otras versiones, en el Polo Norte—, seguido de dos largos capítulos donde vemos primero la historia contada por Victor, para luego darle oportunidad a la criatura de narrar su versión de los hechos, regresando al final a las heladas tierras donde inicia, para un breve cierre. Este aspecto, que juega a favor en originalidad, a mi parecer también se pone en su contra en cuanto a calidad narrativa al ser tan diferentes y contrastantes entre sí, pero sobre todo porque no están nivelados en cuanto a calidad.

El primero de estos capítulos nos narra todo el proceso de Victor por lograr su objetivo, pero tiene en contra varios factores. El principal —cosa que jamás pensé decir— es su actor protagonista, Oscar Isaac, y su obligada escena desnudo. A pesar de ser un actor talentoso, en esta ocasión se siente totalmente fuera de lugar en su personaje. Esto, en cualquier producto, se vuelve un lastre, ya que al ser la figura central, el no embonar con el resto de la película hace que no podamos conectar con ella. El actor lo intenta, pero llega a tener momentos muy notorios de sobreactuación, situación que no mejora al ser este capítulo el que cuenta con algunas secuencias demasiado largas o con diálogos que no aportan mucho al desarrollo de la trama.

Aquí es donde nos presentan también a los personajes de Leopold (Charles Dance), el padre de Victor y responsable de sus obsesiones; William (Felix Kammerer), el hermano menor; Elizabeth (Mia Goth, que también interpreta brevemente a la madre de Victor), quien en esta versión es prometida de este hermano; y Henrich Harlander (Christoph Waltz), el acaudalado tío de esta, encargado de financiar los experimentos por motivos personales. Todos estos sufren modificaciones o incluso no aparecen en la novela, por lo que son parte de las decisiones creativas que se han tomado en esta versión, mismas que en algunos casos carecen de sustento o son desaprovechadas, al igual que sus actores. En esta parte es donde también se dan algunas situaciones sin lógica, como la aparición repentina de cientos de garrafones de material inflamable, los cuales no se nos explica de dónde provienen, en beneficio del guion y el despliegue visual.

El segundo capítulo, mucho más logrado que el primero, es el narrado desde la perspectiva del monstruo e inicia en el momento mismo en que termina el anterior, aunque este aparecía como secundario desde antes. Este acto tiene un enorme punto a su favor, que es la interpretación de Jacob Elordi. Tomando en cuenta que su contratación fue un reemplazo cuando Andrew Garfield tuvo que abandonar el proyecto, y que el actor, si bien ha demostrado talento en la serie Euphoria y películas como Saltburn (2023), es más conocido por su atractivo físico que por su despliegue interpretativo, fue una sorpresa el resultado. Aquí no podemos más que aplaudir su actuación, ya que logra imprimir en su personaje una humanidad y calidez a la que nunca se había llegado, por lo que su nominación como Actor de Reparto al Oscar parece estar más que segura. Su personaje es el alma completa de la película y el que la vuelve más llevadera.

En este destacan las secuencias donde aprende a hablar y se encariña con un anciano ciego que lo acoge como invitado, mostrándole la ternura y compasión que el resto le ha negado. Aunque mucho más austera en el apartado visual, el trabajo de maquillaje sobresale, a pesar de ser más cercano al body paint que a los prostéticos a los que nos tiene acostumbrados el género. También cuenta con algunas contradicciones sobre las nuevas características que se le adjudicaron, como la capacidad de sanación estilo Wolverine o su fuerza tipo Hulk. En la novela se mencionan, pero no al nivel visto en la película. Aun así, por mucho, esta es la mejor parte de la cinta.

Lamentablemente, para cuando se vuelve a la época en la que inicia, el desenlace es demasiado precipitado y un poco anticlimático, por lo que ese aumento sentimental que se había logrado vuelve a decaer, cuando un simple par de palabras sirven para que todo se arregle de forma mágica y automática.

Ahora, en el entendido de que esta película no destaca por su parte narrativa, no deja de ser una obra de Del Toro, por lo que se espera que el apartado visual sea majestuoso, punto en el que no hay queja —salvo un par de escenas CGI—, y por el que agradezco haberla visto en una pantalla de cine, puesto que en televisión jamás podrá lucir de la misma manera. Entre los puntos a destacar se encuentran la maravillosa música compuesta por Alexandre Desplat, el espectacular diseño de producción de Tamara Deverell y su departamento de diseño de arte, el maquillaje realizado por el equipo encargado, y, aunque en menor medida y sólo en momentos puntuales, la fotografía realizada por Dan Laustsen y el diseño de vestuario, sobre todo el femenino, diseñado por Kate Hawley. Todos ellos, colaboradores habituales del director, han logrado entender su forma de ver el mundo, su visión, a la que ya no les cuesta darle vida.

Frankenstein era una de las cintas más esperadas del año y posiblemente tenga una gran acogida en streaming, así como presencia en la temporada de premios que apenas comienza, pero ni es la versión definitiva de la novela ni uno de los mejores trabajos del director. Si tuviera que catalogarla entre los diversos productos que nos ha regalado Del Toro, esta estaría en la misma casilla que Crimson Peak (2015), su otro drama gótico con muy buen acabado visual, pero con problemas en su estructura narrativa. Destacada en muchos sentidos, sí, pero traicionada por las expectativas. No es una cinta mala para nada, pero dista de ser una gran obra como se nos vendió. Aun así, una película media del director es mucho mejor que la mayoría de las obras de otros.

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