Den stygge stesøsteren (The Ugly Stepsister, 2025)
Para nadie es un secreto que mi película favorita del año pasado fue The Substance, producción de terror corporal que dividió al público en partes iguales, pero que a nadie dejó indiferente. La cinta se volvió un fenómeno sociocultural y acumuló una gran cantidad de premios, logrando traer de vuelta ese tipo de historias al público masivo, ya que la mayoría suelen tener estrenos limitados.
Prueba de ello es que este año se estrenara en más de 2000 salas Together, de Michael Shanks, con Allison Brie y Dave Franco (junto a una demanda por supuesto plagio, pero ese es otro tema), distribuida por Neon; así como la película que hoy nos ocupa: la coproducción europea hablada en noruego Den stygge stesøsteren (La hermanastra fea), debut como directora de Emilie Blichfeldt. Basada en el cuento de La Cenicienta de los Hermanos Grimm, ha sido comparada, precisamente por los temas que toca, con The Substance.
Si esta comparación es acertada o no lo trataré más adelante. Lo primero será hablar de qué trata la película, lo cual en esta ocasión sobra un poco, ya que, como dije, se basa en el cuento de La Cenicienta, historia que es de dominio popular. Lo que sí se debe aclarar es que los fanáticos de Disney deben dejar de lado esa versión edulcorada, ya que la escrita por los Grimm es mucho más fuerte y sangrienta que lo que el estudio nos regaló en animación.
Pues esta versión es todavía más retorcida, pero centrémonos en algunos de los cambios que permiten separarla de otras adaptaciones. Lo principal aquí es que no hay villanos como tal: personas despreciables, sí, pero no un villano en forma. Para empezar, en esta ocasión tanto el padre de esta Cenicienta, llamada Agnes (Thea Sofie Loch Næss), resulta ser un timador al nivel de la madrastra Rebekka (Ane Dahl Torp), ya que ambos contraen nupcias con la idea de que el otro tiene una gran fortuna, cosa que quieren aprovechar porque los dos están en bancarrota. Lo segundo es que Agnes, en esta versión, es humanizada: no es perfecta como en otras, busca la atención del príncipe por los mismos motivos prácticos que lo hacen su madrastra y hermanastra, a pesar de amar a alguien más; pero ella misma sabe que su belleza es la única herramienta que tiene si no quiere vivir en la miseria.
Pero la principal diferencia, tal cual lo indica el título, es que en esta ocasión la protagonista no es la bella princesa, sino su hermanastra Elvira (Lea Myren), quien sí padece de un enamoramiento juvenil hacia la figura idealizada del príncipe Julian (Isac Calmroth). Este, en la película, es pintado como un patán, un joven consciente del poder que tiene, su atractivo físico y cómo todas las jóvenes del reino pelean por él. Aquí ni las hermanastras son feas en realidad, ni ellas ni su madre son malvadas por el simple hecho de serlo, pues la historia nos a cuatro mujeres que se han visto en la necesidad de hacer uso de los pocos recursos con los que cuentan en una época en que eran vistas como meros objetos, con un valor que dependía de su físico, educación y apellido. Otro punto por destacar es la figura de la hermanastra más joven, Alma (Flo Fagerli), quien se opone a los cambios y torturas a las que es sometida su hermana, intentando evitar que esta ceda ante los deseos de los demás sobre su cuerpo.
Con esto establecido, es momento de responder a la comparación. Sí y no, como siempre. Ambas cintas hablan de la presión sobre la mujer respecto a su físico: en una es la edad, en esta los estándares de belleza hegemónicos. Y aunque ambas recurren al terror corporal, los caminos son distintos. Coralie Fargeat optó por un tono cercano a la ciencia ficción, mientras que Blichfeldt elige un realismo brutal que, a mi juicio, resulta mucho más desolador. Conviene aclarar que aquí el género no busca asustar, sino incomodar, rozando más el drama sobre dismorfia que el terror clásico.
Den stygge stesøsteren es una producción perturbadora, claro, pero sobre todo muy triste. Ver cómo la Elvira de Lea Myren pasa de la inocencia inicial a convertirse en una gélida muñeca sin alma que nunca es valorada por lo que realmente es, gracias a la magnífica actuación de la actriz, resulta por demás desolador. La presión bajo la que se encuentra, si bien iniciada por su madre, quien no le pide opinión para comenzar su transformación, termina acrecentándose por todos los que la rodean, salvo su hermana.
Así, su maestra de ballet, Vanja (Katarzyna Herman), le hace evidente que tiene talento, pero que no será suficiente si no se esfuerza más, indicándole que su peso no es el ideal, iniciando sus problemas alimenticios. La pareja sentimental de esta, Sophie (Cecilia Forss), mujer físicamente hermosa que parece tomar bajo su brazo protector a Elvira, termina mostrando que ella es otra de tantas mujeres que tuvo que llenar ciertos estándares físicos, a pesar de su preferencia sexual, volviendo los complejos de Elvira más grandes y siendo la causante de un infierno futuro mayor.
Como ellas, el Dr. Esthétique (Adam Lundgren), partícipe de dos de las escenas más impactantes de la cinta, no duda en enumerar lo que él considera defectos en el físico de Elvira, sometiéndola a terribles y dolorosos procedimientos que nos hacen contemplar con la saña de un sádico. Y luego está el príncipe mismo, quien lanza una serie de comentarios despectivos a la protagonista antes de su transformación, logrando con esto poner el último clavo en el ataúd de la autoestima de Elvira.
Y todo esto, que hemos visto en otras historias, ¿por qué pesa tanto en esta? Porque duele ver la transformación de la joven. Es desgarrador que nunca sepa quién es, porque poco a poco la van cambiando; pero este cambio no se queda en el exterior: la vemos mutar en su interior. Cada paso que da, que debería beneficiarla en su autoestima (si esta se basara en lo físico), termina acercándola a un nuevo trauma. Su rostro, su nivel de grasa corporal, su educación y modales, todo es dolorosamente moldeado con tal de gustar, mientras ella va desapareciendo con el único fin de agradar a los hombres que la rodean.
Ese es uno de los puntos principales: las mujeres son mercancías, que deben ser amaestradas y moldeadas a los gustos masculinos. Todos sabemos el final del cuento: la hermanastra no se va a quedar con el príncipe, no importa que ella sí lo haya amado al inicio, sin mayor sustento que la idealización. Pero lo hizo, y nunca fue suficiente. El problema con Elvira no era su físico, que era completamente normal; no, este venía del interior. La vimos introvertida e inocente al inicio, con la cabeza llena de sueños y fantasías, pero también con ilusiones genuinas, las cuales se borran con cada minuto que avanza la cinta. En este sentido, la película recuerda también a A Different Man, donde el protagonista piensa que sus problemas se arreglarán al ser atractivo, y estos solo empeoran. Al final, su interior está tan destruido que, al ver su sueño perdido, su madre intenta buscarle otro pretendiente rico —de los que tiene muchos gracias a su nuevo físico—, pero a ella ya no le importa. La locura la ha absorbido y su obsesión ha crecido tanto que ya no necesita de los demás para buscar algún otro cambio desesperado que la acerque al príncipe, en una referencia directa al cuento de los Grimm.
Técnicamente, la película es impecable para mostrarnos la dualidad del mundo de Elvira: vestuario espectacular de Manon Rasmussen (colaboradora recurrente de Lars von Trier), diseño de producción de Sabine Hviid y Klaudia Klimka, fotografía que alterna frialdad y ensoñación, y una música casi ausente que irrumpe solo en momentos clave. Todo luce hermoso, incluso la “nueva” Elvira, salvo lo único que importa: su alma, destruida por completo.
Den stygge stesøsteren, por su trama, se ha posicionado como una de mis cintas favoritas del año. Igual que The Substance, esto se debe a gustos personales, pero también a que conecta con inseguridades y cuestiones que siguen pesando en la actualidad. Los estándares de belleza continúan imponiéndose, incluso ahora más, en un contexto de retroceso social en muchos aspectos. Por no decir todos, una gran mayoría nos hemos comparado con otra persona y hemos salido perdedores ante esa comparación, porque no hay nadie más cruel para juzgarnos que nosotros mismos, después de años de ser medidos y catalogados como mercancía. Esta película lo retrata como pocas: lo hace sin reparos, pero también sin efectismos. Todo lo que ella sufre por lograr el ideal de belleza se puede hacer, se hace, y muchos están dispuestos a vivirlo con tal de alcanzar esa “mejor versión de sí mismos”. Ese es el poder de esta película: su mensaje, el cual es muy poderoso.
Hace tres meses tuve la oportunidad de verla por primera vez y la revisité para escribir estas líneas. No ha perdido nada de su fuerza e impacto. Emilie Blichfeldt entrega uno de los debuts más sólidos del año y, sin exagerar, una de sus mejores películas. Si hay que elegir qué ver este fin de semana, que sea esta, aunque no dure mucho en cartelera frente a opciones más ligeras.