The Conjuring: Last Rites (2025)
La primera ocasión que escribí para La Vereda, hace poco más de cuatro años, lo hice precisamente sobre la anterior cinta protagonizada por el matrimonio Warren, The Conjuring: The Devil Made Me Do It. En esa ocasión dejé en claro que aquella película era la menos efectiva y lograda de las tres, además de mostrar un evidente desgaste en la fórmula, pese a su intento por salirse del molde que venían manejando. Aunque es más que probable que su menor desempeño en la taquilla se debiera a una pandemia de la que no terminábamos de salir, el poco éxito de The Nun II (2023) y la cancelación del spin-off The Crooked Man hicieron evidente que la saga no atravesaba su mejor momento. Así, se consideró pertinente terminarla mientras aún contaba con una cantidad digna de fanáticos, desarrollando la película de la que hoy escribo, dejándola (otra vez) sin mucho sentido y como si ya no importara demasiado, bajo la dirección de Michael Chaves, responsable de la anterior y de otros dos productos de este universo.
Anunciar una producción como la última de una franquicia que ya lleva doce años existiendo y diez producciones en total funciona: los amantes del Universo Warren corrieron a las salas de cine en su primer fin de semana, logrando que en pocos días recaudara casi la totalidad de lo que su predecesora consiguió en toda su corrida comercial. Un éxito instantáneo, con posibilidades de convertirse en la película de terror más taquillera del año; aunque habrá que ver cómo se sostiene en las próximas semanas, parece difícil que esta predicción no se cumpla. Pero como el éxito y la calidad no siempre van de la mano, surge la pregunta inevitable: ¿está esta entrega a la altura de lo que promete?
Siguiendo el manual básico de las franquicias de terror, cuando vas a cerrar algo, el truco más fácil es mirar hacia atrás, a los orígenes. Y sí, aquí lo cumplen: la cinta inicia en 1964 con Ed (Orion Smith) y Lorraine Warren (Madison Lawlor) jóvenes, investigando un nada estético espejo que resulta estar poseído. Aunque Lorraine está embarazadísima, considera una brillante idea acercarse al objeto, haciéndonos dudar de su instinto maternal, porque (evidente para todos, menos para ella) provoca que el parto se adelante. Así nace Judy, su única hija, quien se salva de milagro.
Más de dos décadas después, el maquiavélico espejo reaparece en la casa de la numerosa, ruidosa y estresante familia Smurl. El regalo llega cortesía de los abuelos paternos, en un ejemplo perfecto de mal gusto y cero conocimientos de las preferencias juveniles, como obsequio de confirmación a una nieta. Como es de esperarse, apenas cruza la puerta, las cosas comienzan a descontrolarse. Es entonces cuando los Warren (los Patrick Wilson y Vera Farmiga de siempre) deben hacer su regreso triunfal tras un retiro autoimpuesto por la salud de Ed. El detalle es que los Smurl decidieron contarle todo a la prensa, haciendo públicos sus infortunios, lo cual no ayuda precisamente a mantener la discreción.
La trama se entrelaza con subtramas de relleno que no funcionan del todo: Judy (Mia Tomlinson) hereda el don de su madre y tiene como novio a Tony (Ben Hardy), que parece no convencer a Ed como futuro yerno. Claramente los guionistas buscaron emular la relación de los Warren en versión juvenil, presentándolos como posibles sustitutos en futuros proyectos en caso de que se diera el éxito que sí se ha logrado. Todo esto mientras la familia debe enfrentarse a un peligro que lleva demasiado tiempo esperando por ellos, poniendo en juego lo que más aman.
The Conjuring: Last Rites toca todos los elementos estereotípicos del cierre de una historia, lo que es poco original, pero no necesariamente negativo. Recupera un poco (sólo un poco) de la efectividad de las dos primeras entregas, con cierto grado de tensión y atmósfera, además de un par de jump scares predecibles, pero funcionales, por lo que podemos decir que el director realiza un trabajo medianamente digno en este sentido. La cuestión es que esto no basta cuando recordamos que se trata de la última vez (en teoría) que veremos a los Warren luchando contra malvados espíritus y demonios, entregándonos un producto que peca de lo peor que puede hacer una cinta de este estilo, lo cual es aburrir y no tener nada que la distinga del resto.
Puede que no todas las decisiones tomadas por el director hayan sido las más acertadas, se nota que se fue por lo seguro, pero por lo menos podemos aceptar que intentó emular lo que James Wan nos brindó en las dos primeras entregas; no lo logra de forma orgánica, el no tiene madera de autor del género, pero el esfuerzo se nota y agradece. Aquí el problema no es sólo una mano temblorosa dirigiendo, sino un guión que abre líneas argumentales que no llegan a interesar del todo, sumado a que el metraje se siente demasiado largo y tarda casi 90 minutos en que el matrimonio decida acudir en auxilio de la familia, más por cuestiones personales que verdadero interés, lo cual tampoco ayuda.
Esto puede deberse a que, de nueva cuenta Wan no estuvo metido en la escritura, dejando a un grupo de guionistas a cargo de esta historia que fue maquilada sin alma, a pesar de intentar humanizar a las dos familias que nos muestran en pantalla. Ian Goldberg, Richard Naing y David Leslie Johnson-McGoldrick son el trio encargado en esta ocasión de desarrollar la idea, todos ya curtidos en este universo, sobre todo el último que viene escribiendo desde la segunda parte; pero parece que fueron demasiadas cabezas sin una guía, tratando de darle forma a algo que intenta cubrir demasiado sin lograrlo, mientras esperan agradar a los fanáticos, cosa que tampoco se cumple por completo, incluso llegando a mostrarnos escenas donde se contradice lo visto en el pasado. Hablando meramente en la estructura narrativa, hasta cierto punto nos recuerda un poco a la entrega anterior, donde las dos líneas argumentales se manejan por separado, en este caso las problemáticas familiares, para unirlas en un tercer acto que se siente apresurado y anticlimático.
Sumado a esto, el tono narrativo en esta ocasión puede considerarse demasiado obvio en toda dirección. Ejemplo de esto pueden ser los momentos, demasiados, en los que se opta por el sentimentalismo para desarrollar la figura familiar de los Warren, terminando con una secuencia en la que aparecen personajes vistos con anterioridad, para dejar en claro que esta es la ultima entrega, todo alrededor de un evento social que parece sacado de una telenovela. De la misma manera, si bien esta saga ha logrado crear sustos a la manera clásica, es decir, optando por lo efectista, su fuerte siempre fue depender de lo que no se veía para generar un estado constante de tensión, cosa que en esta ocasión se deja de lado, mostrando demasiado de las creaturas del más allá que acosan a ambas familias, todas menos la que la mayoría hubiéramos querido ver.
En resumen, The Conjuring: Last Rites es de esas cintas que, incluso sin grandes expectativas, terminan debiendo al espectador. Un éxito económico indiscutible, pero que no hace justicia al trabajo de Patrick Wilson y Vera Farmiga durante más de una década, ni al pilar que representaron para un universo que ya perdió el rumbo hace tiempo. Si dependiera de mí, esta sería de verdad la última entrega; pero el dinero habla, y seguramente no será así.