A la hora del café
Siempre podremos volver al mar
Y de pronto, un día de un verano que prometía ser un torbellino de cambios climáticos, estás en la playa y luego en el mar. Juegas en las olas con tu hijo adolescente y de repente piensas: la vida no puede ser tan mala, porque el mar se lleva los malos pensamientos, la pesadumbre que cargas en la espalda todos los días, la incertidumbre económica y la angustia de no saber si estás haciendo lo correcto con tu vida.
En el mar saludé a Alfonsina Storni, a Virginia Woolf. También saludé a mi amiga escritora Tere Muñoz, pensé que su esencia viajaba por las olas espumosas en el mar. Saludé otros mares, el mediterráneo, el caribe, el atlántico. Me saludé a mí misma en una playa de Barcelona a los 25 años, cuando una amiga miró a un perro Golden a lo lejos y dijo: es un perro poético.
Saludé a mi niña interior, que también hizo castillos de arena y que una vez se llenó los oídos de tanta agua que su madre tuvo que llevarla al médico para hacerle un lavado y pudiera volver a escuchar bien y volver a nadar. Saludé a mis hermanos, que un día fueron unidos en la playa. Saludé a mi padre cuando de joven me contaron que por poco se ahoga en el mar al nadar muy adentro.
Saludé a las aves, quizás albatros, que miraban el mar desde las alturas con cierta arrogancia, con esa libertad que nosotros nunca alcanzaremos. Saludé a los atardeceres, recordé a esas playas de mar abierto donde solo puedes observar la inmensidad del agua y tenerle mucho respeto, porque también, el mar puede matar.
Pero el mar es vida, es renacer, recordar. Si estás muy adentro, como intentando hacer una travesura con las olas, te darás cuenta que no hay basura, ni tanto ruido como en la playa, que ha dejado de ser un lugar tranquilo y sustentable. Puedes pedirle permiso a las olas de quedarte un ratito más, mientras todo afuera es un caos.
También recordé al cantautor catalán: “quizás porque mi niñez sigue jugando en tu playa / escondido tras las cañas duerme mi primer amor / llevo tu luz y tu olor por donde quiera que vaya…”
Después viene el asfalto de la carretera, la lluvia en el camino, los bosques de pinos que van antecediendo a la tierra roja y al desierto. La línea blanca que te va separando cada vez más del lejano mar. El entorno y el clima que marcan nuestro estado de ánimo, el viento seco, el calor, las obligaciones y las cuentas por pagar nos esperan a la vuelta del camino.
Pero siempre, podremos volver al mar.
Foto: Silvestre Jáquez.
Twitter: @Lavargasadri