Challengers (2024)
Por diversos motivos tardé un poco en poder ver la última cinta y fenómeno mediático del director Luca Guadagnino, Challengers, por lo que no pude subirme a la ola del hype provocada por su estreno hace casi un mes. Después de leer cientos de tweets (porque soy un señor para el que siempre será Twitter), toparme con un mar de reels y tiktoks sobre el tema, así como llegar al hartazgo con artículos sobre los tres hermosos y sensuales protagonistas, por fin tuve oportunidad de apreciar la película de la cual hablo a continuación; pero antes de intentar dar mi punto de vista de la forma más objetiva posible, debo decir que toda historia que pueda provocar en mí el mínimo interés por el tenis, deporte que me resulta tan atractivo como contemplar un brócoli olvidado pudrirse dentro del refrigerador, ya de entrada ha ganado una enorme cantidad de puntos a favor.
La historia que nos cuenta Guadagnino, con base en el primer guión escrito por Justin Kuritzkes (pareja sentimental de la directora Celine Song y en quien ella se basó para el personaje del esposo en su película Past Lives), es la de un trio de personajes y su respectivo triángulo tóxico amoroso a lo largo de varios años de sus vidas. Iniciando en el año 2019, con un agresivo enfrentamiento en la cancha entre Art (Mike Faist) y Patrick (Josh O’Connor), contemplado desde las tribunas por Tashi (Zendaya), el director nos hace evidente que hay mucho más en juego y contexto que lo que sucede en esa competición, cosa que se encarga de explicarnos en formato de racconto cuando la cinta viaja a diferentes épocas del pasado, iniciando en el 2006 cuando los tres se conocen, iniciando su extraña interacción afectiva; para saltar al 2009, época en la que vemos los sueños de unos consagrarse, mientras otros los han visto truncados por el destino; para finalmente viajar una última vez en el tiempo, al 2011, donde podemos contemplar que algunos sentimientos no han terminado de apagarse; todo esto, antes de volver a la secuencia inicial, ahora con la información necesaria para que todo cobre sentido y comprendamos en realidad la razón del enfrentamiento entre ambos protagonistas masculinos.
Aunque la historia pueda escucharse sencilla (que lo es hasta cierto punto puesto que es algo ya visto en varias ocasiones), esta logra provocar en el espectador un grado de tensión tan alto por las revelaciones que se van dando poco a poco, que es mejor llegar sin información sobre la trama (que dista bastante de lo que vemos en el trailer) para que el efecto de su historia funcione, por lo que no profundizaré en más detalles; pero puedo decir que esta es una película sobre el tenis, que al mismo tiempo no lo es, ya que este es sólo el pretexto para mostrarnos a una triada de protagonistas rotos y necesitados que terminan en el centro de un huracán de codependencia e insatisfacción, que gracias al trabajo de sus tres (hermosos y sensuales) protagonistas, se eleva provocando un grado de intensidad que se acerca al thriller, a pesar de esa primera fachada de drama romántico deportivo.
En esta cinta todo es lo que aparece en pantalla y no es que el guión no tenga capas de profundidad, porque las tiene, pero el director nos muestra es lo que quiere que veamos. Aunque se utilizan términos pertenecientes al deporte blanco como analogías o metáforas sobre lo que sucede entre los (hermosos y sensuales) protagonistas, como el título mismo, acá no hay necesidad de escarbar mucho para saber lo que se nos quiere decir. La historia habla de varios temas, como el amor, ya sea que aparezca en pantalla o no, puesto que parece que ninguno de los tres comprende este concepto como tal; el sexo también está presente, aunque nunca aparezca en pantalla y este no sea necesario para que sintamos la tensión entre los tres, mismo que es utilizado como arma para conseguir poder y control, más no como acto de placer; la inconformidad e insatisfacción en muchos sentidos de la vida de los personajes sería el principal tema en importancia, aunque está tan maquillado por los otros aspectos que puede parecer secundario, aunque al ver las frustraciones en los planos profesional, sentimental y personal de cada uno de los tres, es imposible obviar que es el detonante de todo lo que se nos presenta. Seres atrapados en sus propios traumas, carencias y miedos, mismos de los que parecen no querer escapar al repetir una y otra vez los mismos comportamientos o agregando nuevos que no les permitan encontrar la paz y felicidad que necesita.
Todos temas que se nos mencionan, pero ninguno se profundiza del todo, cosa que termina sin importar en realidad, porque cuando tu trama se centra en una relación de este estilo, lo principal en lo que debes cumplir es, nunca mejor dicho al ser un término que se repite insistentemente en el metraje, servir de la mejor manera posible, aspecto con el que cumple de sobra. Y en este sentido, sabiendo la importancia de que todo estuviera en su lugar, Guadagnino no puedo seleccionar un reparto más acertado para interpretar a sus tres (hermosos y sensuales) personajes principales, los cuales parece que se la pasaron de lo lindo, mientras servían en todo encuadre que se les regaló.
Primero hay que hablar de Josh O’Connor y Mike Faist, quienes nunca habían lucido tan atractivos y actuado a este nivel (a pesar de contar con interpretaciones destacadas y aplaudidas), sus Patrick y Art son un regalo, ese tipo de papeles que vuelve estrellas a los actores, cosa que parece que acaba de sucederles a ambos. Cada uno es el opuesto del otro, pero se complementan como un solo hombre ante los ojos del objeto de sus afectos; uno no lograría tal impacto sin el otro, pero cada uno demuestra sus alcances, con una visceralidad y profundidad en sus trabajos que se apoya en la corporalidad y el desempeño físico para que entre ambos se dé una química digna de los romances de las grandes producciones. Ellos se aman, odian, envidian y admiran, gracias y a pesar de ese mar de sentimientos que tienen uno para con el otro y para con la mujer en la que han puesto sus ojos, sin hablarse el tema, sin que se grite en la pantalla, pero no es necesario porque los dos actores te proyectan todo lo que están sintiendo y, más importante, lo que tratan de que no se descubra.
Protagonistas masculinos, sus actuaciones y atractivo físico de lado, esta producción tiene una reina y esa es la Tashi de Zendaya, el personaje y la actriz, la titiritera que mueve los hilos en la vida de esos dos hombres que tiene a sus pies (y de la película ya que ella la produce también), la causante del huracán que divide a los amigos en apariencia inseparables y al mismo tiempo la que provoca que no puedan librarse del fantasma del otro. Los tres tienen desarrollo, pasan de jóvenes con sueños a adultos dañados ante nuestros ojos, pero es ella la que transita por más etapas y sufre los mayores cambios, algo que en manos de una actriz con su talento es un deleite contemplar. Puede que la actriz sea o no físicamente atractiva para la audiencia, pero es imposible evitar el magnetismo y carisma con el que cuenta, a pesar de lo apática que pueda llegar a ser su personaje. Zendaya se siente, aparece en pantalla y es imposible ignorarla, con su poder de super estrella innegable. Cambiando de una seguridad falsa, a la frustración y amargura, para ahogarse en insatisfacción, ella muta en cada etapa hasta parecer una actriz diferente en cada una. Aunque por momentos nos resulte extraño y tal vez fuera de lugar como una persona adulta, es agradable verla interpretar poco a poco personajes más cercanos a su edad y tan interesantes como este.
La simple presencia del trio hace que valga la pena el ver la cinta, pero no son el único aspecto destacables, ya que si el guión por momentos redunda o pierde ritmo, basta que la partitura de los ahora dedicados al cine Trent Reznor y Atticus Ross comience a sonar para que la adrenalina aumente y la tensión se haga presente; acompañando a las magníficamente fotografiadas escenas logradas por el fotógrafo Sayombhu Mukdeeprom quien se aleja del estilo acostumbrado en las producciones sobre este deporte para volverlo más agresivo, brutal y salvaje de lo que se puede apreciar en otras cintas. Podría poner en la lista de aciertos al montaje logrado por Marco Costa, ya que lo que logra en las secuencias dentro de la cancha y el transitar del tiempo en la historia es muy bueno; pero cuenta con algunos errores de continuidad que pueden deberse a la falta de tomas. Esto puede ser imperceptible, pero para ciertos ojos es notorio, como el cabello de Zendaya que cambia de volumen de un corte, a otro o las manos de la actriz que en un encuadre están en una posición y en la siguiente en otra muy diferente; cuestiones técnicas que tal vez no tengan un peso real, pero que restan calidad al trabajo de edición.
Challengers no es el mejor trabajo del director, pero si su película más sensual; una de esas cintas que tiende a caer para un solo lado, ya que la amas o la odias. En mi caso la disfruté de una manera que no esperaba y recomendaría que quien no la ha visto busque alguna de las pocas funciones que quedan en las salas para estas fechas, ya que creo que no saldrán defraudados. Ya sea que les interese el tenis o sean fanáticos de alguno de los intérpretes, o no, este es uno de los fenómenos cinematográficos del año y siempre es bueno el descubrir por uno mismo las razones de tanto escándalo.