Los riesgos del ocio

Ya me había tardado, dice mi yo interno, mientras miro mi rostro al espejo evitando todavía mirarme de cuerpo completo. 

Ya te habías tardado dicen mi psicólogo, mi marido, mi conciencia, mi hija, mi botella de tequila, mi alegre copa de vino, mi recetario que por fin abro para comenzar a guisar todas esas delicias que por la culpa, (con mayúsculas, luces, sonido y despierta a todas horas) principalmente por ella y después por el comentario súper pesado, súper extra demasiado pesado, de, primero la familia, luego mi entorno (que es el de todas) después el face, y la falta de tallas suficientemente grandes, y, finalmente los posibles jefes que nunca me contratarán (aunque con esa actitud más vale no querer que me contraten). 

Ya te has tardado dicen mi ginecólogo, mi mejor amigo, mi espacio vital, mi autocuidado mental, mi tranquilidad y mi creatividad. 

Y sí, ya me había tardado en dejar, olvidar, mandar al demonio, a la goma, a la ingada y a todos esos lugares exóticamente lejanos, (de donde nadie ha regresado para contarlo) y que no se pueden ver en el Google maps. 

Y me tardé, me tardo, me había tardado, me he tardado, me tardé.

Mi celulitis, mi lonja, mi necesidad de ropa más amplia, mi derecho a ya no caber en ese vestido rojo, mi contento de no volver a usar esa blusa corta. Mi amor por las playeras de tirantes a pesar de mis brazos gordos, flácidos; mi gusto por los escotes y transparencias con todo y mis tetas caídas; mi placer por tal o cual pantalón, aunque me saque las lonjas; también reclaman esa tardanza.

Ignoraré a la agencia de modelos que dejó en visto mi mensaje de solicitud de informes, a las primas y tías y su insistencia en hablar de lo gordas que están (que estás) y de dietas y demás monsergas siempre que nos sentamos a comer. 

Dejaré de avergonzarme cuando alguna amable (porque casi siempre son ellas; a veces, uno que otro padre o primo imprudente) me cuente las calorías, me haga cara por servirme (otra vez) pastel, me señale por beber tequilas dobles o me mire persistentemente cuando compro el pan. 

No tomaré en cuenta al instructor de spinning cada vez que hace la recomendación general, no conveniente para mi edad ni mis articulaciones, y seguiré pedaleando alegremente, divirtiéndome, sudando solo para sacar las toxinas de la contaminada ciudad de mi sano organismo.

Me tardé, pero ya está. No volveré a tener el adecuadamente delgado talle, ni el peso, ni la hermosura de mis cuarenta años. Mis actividades han cambiado, mis gustos y prioridades. Mi belleza también. Ni modo.