Elvis (2022)
Resulta imposible pensar que exista alguien que no esté al tanto de quién es Elvis Presley. Puede que no sepan cuáles son sus canciones o en que películas apareció, pero el simple hecho de escuchar su nombre evoca su imagen. Hombre, artista, mito, leyenda, uno de esos seres que trascienden el simple estrellato y se transforman en iconos grabados en la mente de todos por la eternidad. Su éxito lo convirtió en el solista masculino con mayor cantidad de #1, con 18 canciones situándose en el tope de la lista más importante del mundo, entre 1956 y 1969, y el tercer artista con más éxitos en dicho puesto (tan sólo por detrás de The Beatles con 20 y Mariah Carey con 19). Su fama, problemas personales, batallas legales, excesos y adicciones, lo transformaron en un personaje con una historia tan fascinante como trágica, misma que se ha intentado plasmar en varios formatos a través del tiempo.
John Carpenter hizo lo suyo, con una película para televisión estelarizada por Kurt Russell en 1979; en 1988 se realizó otro telefilme, Elvis and Me, contando la historia desde la visión de su exesposa Priscilla; en 1990 la cadena ABC intentó adaptar al modelo de serie la vida del cantante, pero las bajas audiencias provocaron la cancelación de esta después de tan sólo 10 episodios; finalmente, en el 2005, la CBS produjo una miniserie de éxito relativo, con Jonathan Rhys Meyers como protagonista.
Si las producciones anteriores no les suenan familiares, es porque ninguna de ellas logró trascender, ya sea por su baja calidad o por no lograr estar a la altura de la leyenda en que centraban sus relatos. Cuando la personalidad a retratar es tan grande, es muy difícil que algún producto logre transmitir su esencia de forma apropiada. Es posible que a esto se debiera el hecho de que nunca se hubiera realizado una película para la gran pantalla sobre el artista, situación que acaba de cambiar debido al lanzamiento de Elvis, superproducción dirigida por el cineasta australiano Baz Luhrmann, de la que escribo en esta ocasión.
La cinta, una biopic con todo lo que se debe tener para ser considerada como tal, nos narra algunos de los episodios en la vida de Elvis (Austin Butler) de los que muchos hemos escuchado. Durante más de dos horas y media, se nos presentan desde sus incipientes acercamientos a la música en su infancia, sus primeras grabaciones y presentaciones con Sun Records, el encuentro con el “Coronel” Tom Parker (Tom Hanks) que cambió el rumbo de su carrera, el subsecuente contrato con la disquera RCA, la fama mundial, la muerte de su madre, su obligado reclutamiento militar por problemas políticos, la manera en que conoció y se enamoró de su esposa Priscilla (Olivia DeJonge), el nacimiento de su hija Lisa Marie, su éxito y caída en Hollywood, la grabación del especial musical que lo regresó a la fama, su obligada residencia en Las Vegas y su pronta muerte.
Como puede verse, la película nos habla de cuestiones de dominio público que pueden ser vistas en documentales o en las muchas biografías que se han escrito sobre el cantante, pero Luhrmann, si bien no trata de revelar aspectos no conocidos sobre su vida, decidió dar un giro en la manera de relatar la historia, narrándola a través de los ojos del supuesto villano de esta, Tom Parker. Como es bien sabido, a pesar de su celebridad, Elvis fue un prisionero del contrato que firmó con el “Coronel”, por lo que las maquinaciones del segundo para explotar y manipular al también actor, son la otra parte de la historia que se nos presenta, teniendo casi dos protagonistas, lo cual llega a alejar un poco a este producto del resto de las películas biográficas que últimamente abundan.
Para hablar de esta película, es necesario hacerlo también de su director, ya que Elvis es una digna representante de su estilo, con todo lo que esto conlleva. Lo primero que hay que saber, es que Baz Luhrmann siempre ha sido un cineasta que antepone la forma sobre el fondo, por lo cual ha llegado a sacrificar la profundidad narrativa de sus producciones en pro de la magnificencia visual, situación que se repite en esta ocasión, aunque de manera más controlada. Con una carrera de 30 años, pero con tan sólo 6 películas en su haber, incluida esta, es posible que su nombre no resuene para muchos, pero es más que probable que conozcan o identifiquen alguno de sus trabajos. Desde su opera prima Strictly Ballroom (1992), pasando por Romeo + Juliet (1996), Moulin Rouge! (2001), Australia (2008) y su versión de The Great Gatsby (2013), sus realizaciones han dividido a público y crítica, pero todos han estado de acuerdo en que estas son todo, menos austeras, ya que lo suyo es el espectáculo visual, lo barroco, los grandes decorados y fastuosos vestuarios que valen cada uno de los dólares que se han gastado produciendo su filmografía, recibiendo merecidas nominaciones o incluso premios Oscar en los apartados relacionados con las categorías de vestuario y diseño de producción.
Elvis no decepciona en ese sentido, ya que si vas a contar la vida de “El rey”, todo debe ser tan grande y llamativo como él. La monumental recreación de las distintas épocas y eventos que se nos muestran, la dirección de arte y el vestuario que decoran la pantalla, si bien con la exageración clásica del realizador, está cuidada con detalle extremo por Catherine Martin, mancuerna y esposa del director, quien ha trabajado con él en cada una de sus cintas y es la encargada de dar forma a la visión tan específica del mundo que tiene su marido.
La diseñadora siempre es garantía, pero en este caso su trabajo luce más al enfrentarse con éxito al desafío de impregnar de veracidad el mundo de irrealidad en que habitaba una estrella del tamaño de Elvis, logrando nivelar al ser humano que se encontraba bajo todas esas capas de brillantina, pero sin perder el fulgor que se necesita en una producción como esta, donde las luces, el color y el brillo son sus principales características. Lo anterior, sumado al vertiginoso montaje realizado por Jonathan Redmond y Matt Villa, acerca más al producto final a la estética del videoclip que a una simple película biográfica.
Un trabajo que termina por completarse con la atinada selección musical, en ocasiones anacrónica, sello característico del realizador en la mayoría de sus trabajos, pero sobre todo por los éxitos del cantante que se insertan a lo largo de la proyección, complementando y guiando los sucesos que acurren en la historia, como lo son las secuencias donde Trouble y Suspicious Minds son interpretadas. Todo es enorme y resplandeciente en un espectáculo casi circense, teatral, pero magnético, que hipnotiza al espectador desde su primera secuencia, repleta de imágenes sobrepuestas donde, a manera de prólogo, se nos explica que es lo que vamos a ver, recurso que el director ya había utilizado, estética y narrativamente, en Moulin Rouge!
Y es precisamente ese estilo visual tan característico del australiano lo que dota a esta producción de un espíritu propio que la aleja de sus comparaciones obligadas. Porque sí, independientemente del amor puesto por el realizador en este proyecto, la verdadera razón de la existencia del filme es ese intento desesperado de la industria por repetir el éxito que significó Bohemian Rhapsody (2018). La cinta sobre el vocalista del grupo Queen resultó, lo quieran aceptar o no, un producto apenas decente, pero con unos excelentes últimos 15 minutos, que sin otras razones que el sentimentalismo y la nostalgia, logró atraer a millones de espectadores en todo el mundo, ganar 4 dudosos premios Oscar e iniciar una moda por producir películas sobre cantantes masculinos legendarios (sobre mujeres siempre han existido y nunca han resultado tan exitosas). Después del primer intento por repetir el éxito, con Rocketman (2019), cinta que habla sobre la vida de Elton John y que, la verdad sea dicha, le daba 10 vueltas en calidad a la historia de Freddie Mercury, pero que no logró conectar con el público masivo, lo lógico fue buscar otro artista, más famoso, más exitoso y mucho más polémico que el cantante inglés para atraer a las masas, y nadie reunía dichas características como Elvis.
Esta película sale airosa a medias en su intento por distanciarse de las antes mencionadas. Más cercana a la segunda en propuesta, logrando alejarse del vicio de replicar con fidelidad casi documental las secuencias icónicas en la vida de los intérpretes, y distanciándose de las fórmulas y estereotipos técnicos que lastraron en su momento la calidad de Bohemian, Elvis supera por mucho a ambas producciones en cuanto a lo visual se refiere; lamentablemente termina perdiendo una vez que se intenta profundizar en los aspectos más personales y emocionales de la superestrella, cosa en la que Rocketman logró brillar sin problema, pero que en esta ocasión, queriendo o no hacerlo, la historia termina por transitar por todos esos lugares comunes que tienen este tipo de películas.
Porque, ¿qué pasa cuando toda la energía e intensidad de la secuencia introductoria ha terminado? ¿Qué queda una vez que las luces se apagan y es momento de que el espectador comience a conocer e interactuar con el Elvis humano? Pues es entonces cuando la película comienza a perder su resplandor, ya que el guion, escrito tanto por el director como por tres de sus colaboradores regulares, no termina de definir la línea que quiere tomar o que quiere proyectar; aunque no por eso deja de intentar brindar algo diferente.
Como he dicho, esta cinta trata de alejarse de lo común, desde el inusual narrador, hasta utilizar la figura de Elvis para hablar de una América que cambia conforme lo hace el protagonista. Porque hay momentos en que la historia deja al cantante de lado, centrándose en las repercusiones de ciertos acontecimientos como los asesinatos de Martin Luther King y Robert F. Kennedy, o la guerra de Vietnam, que al compararlos con la superficialidad del mundo de oropel donde vive el cantante, este último sale perdiendo. Tal cual se menciona en una frase del guión, en una época así ya no hay cabida para Elvis, no en un mundo que está mutando, por lo que él debió hacerlo también o terminaría volviéndose irrelevante.
Lamentablemente estos destellos de radiografía social se quedan en simples intentos de profundizar más allá, de la misma manera que lo hacen otros temas ligados a la historia de la estrella. Los espectadores somos testigos de su transformación, desde su inocencia inicial, hasta su derrumbe moral al ser engullido por la fama, lo vemos en sus momentos de gloría y vivir sus infiernos, pero en casi ninguno la historia se adentra más allá que la primera capa de sus emociones, mismas que son sustituidas por un apartado visual que termina pesando mucho más que el narrativo. Austin Butler entrega una actuación enorme, de esas que borran al actor por completo, su transformación física, con maquillaje o sin este, es impresionante, sobre todo al no tratarse de un actor con demasiado parecido físico, pero incluso su actuación se ve coartada ante un libreto que falla al intimar con el ser humano, ya que nunca lo vemos en pantalla; siempre estamos ante El Rey, pero nunca ante Elvis. Eso pasa con los íconos, sus fanáticos sólo conocen lo que se les permite ver, la narración desde otra perspectiva ayuda a esto, pero en este caso se siente el vacío de adentrarse en la mente y alma de un ser tan complejo.
Luego está esa segunda historia, que tampoco está redondeada o definida del todo, la de Tom Parker, con un grotesco Tom Hank, que apoyado en un magnífico maquillaje, realiza una caracterización como pocas veces le hemos visto, aunque llega a rozar la sobreactuación con sus tics y gesticulaciones. Lo vemos manipular a Elvis una y otra vez, manejar a todos como títeres, al más puro estilo telenovelesco, sin que nadie dude de él hasta que ya es demasiado tarde, y aun así resulta más interesante por momentos que el personaje central. Un villano del que poco sabemos, pero él se asegura desde el inicio que estemos al tanto de que no se considera como tal, él creó a Elvis y se lo dio al público, un regalo que terminamos destruyendo.
Porque, a pesar de la enfermiza relación que se da entre ambos, de verlo ser el artífice de la ruina de su mina de oro, él culpa al amor, al que el cantante sentía para con su público y viceversa. Porque Elvis pudo tener sus adicciones, pero ninguna fue tan fuerte como la que tenía para con el amor que recibía de las masas, algo con lo que nadie pudo luchar, ni siquiera Priscilla, a quien nos venden como una mártir que soportó todo lo que pudo, hasta que tuvo que alejarse por su propio bien y el de su hija; aunque esta es otra parte de la historia que queda a medias porque, aunque la actriz hace lo que puede, la mayoría del tiempo sólo está ahí para ser otro de los decorados del espectáculo. Al final la historia resulta en un triángulo afectivo entre el representante, el artista y su público, por eso es que le resultaba tan fácil a Parker manejarlo, casi como si Elvis no tuviera la capacidad intelectual de ver lo que sucedía, repitiendo hasta el punto de aburrir la misma dinámica, él queriéndose ir y su agente reteniéndolo, una y otra vez, hasta que te das cuenta de la codependencia que existía entre ambos, posiblemente debido a la muerte de su madre y la presencia de un padre gris que la mayoría de las veces resultaba una sombra nada más, aunque esto nunca se explica en el metraje, dejando otro cabo suelto que resta peso a la narración.
Al final Elvis es un espectáculo impresionante, pero que carece de la sustancia necesaria para que se vuelva la película definitiva sobre la persona y queda como una simple representación del personaje. Eso sí, esta es una cinta ágil, dinámica y llena de energía que se deja disfrutar, y que, salvo sorpresas, brindará otras dos nominaciones para Catherine Martin y nos ha presentado al que posiblemente sea el primer actor con hueco asegurado en la próxima entrega del Oscar. Una historia fluida, pero que da un tratamiento superficial a momentos en que se tuvo que ahondar más para evitar volverse el resultado desnivelado e inestable en los que por momentos se convierte, que inicia de forma potente, pero se desdibuja con el avanzar de los minutos, dejando la originalidad de lado para apostar por el drama de manual, mismo que, nos guste o no, llega a doler en su recta final al ver la decadencia del artista. Una cinta que repite demasiados puntos con Moulin Rouge!, poniendo al amor como causante de los males del protagonista, un ser aprisionado que no puede liberarse por más que lo desea, pero que no logra desbancar al musical sobre cortesanas como la cinta que define la carrera del cineasta. Aunque, al mismo tiempo, e irónicamente, puede considerarse el trabajo más redondo del realizador en muchos sentidos, con una madurez que el tiempo le ha brindado. Elvis es Hollywood y Luhrmann, con todo lo bueno y malo que esto significa, el público la amará u odiará, como todos sus trabajos previos, pero a nadie va a dejar indiferente.