Große Freiheit (Great Freedom, 2021)
En esta ocasión empezaré hablando de historia no cinematográfica. Para los que no lo sepan, en México la homosexualidad, pese a lo que parezca, nunca ha sido considerada un delito, ya que no aparece, ni lo hizo nunca en el Código Penal. Salvo un decreto emitido en 1834, mismo que tuvo validez únicamente hasta 1886, una orientación sexual que no sea heterosexual no ha sido tipificada como falta a la ley de forma expresa en ningún documento. Esta carencia de sustento legal no ha impedido que durante décadas las autoridades mexicanas persiguieran a los miembros de la comunidad LGBTIQ+ y sus áreas de reunión, basándose en un artículo de un añejo código publicado en 1871 (mismo que desapareció en su renovación de 1929), donde se nombraba delito todo aquello que se considerara como faltas a la moral y las buenas costumbres; por lo que la persecución siempre ha sido de carácter moral o religioso, más que legal.
Lo anterior lo escribo, debido a que hay países donde el simple hecho de ser homosexual sí te convierte en un criminal, como son los casos de Arabia Saudita, Irán, Sudán, Yemen y Somalia; aunque no son los únicos, ya que la lista suma más de 70 territorios. El nivel con que se tipifica el delito es variado, al igual que las condiciones en que se legislan; las penas, de la misma manera, son diferentes dependiendo el país o el estado dentro de los mismos, ya que estas van desde años de cárcel, pasando por azotes en vía pública, hasta la pena de muerte.
Por otro lado, existen países donde esto fue delito en su momento, pero con el avanzar de los años dejó de serlo. Uno de estos es el caso de Alemania, donde una reforma en 1969 y otra posterior en 1973, iniciarían con la desaparición del polémico articulo 175, donde se castigaba la homosexualidad.
Todo este preámbulo se debe al estreno en las próximas semanas, en salas mexicanas, de la película austriaca Große Freiheit, en la que se retrata parte de esta situación, a través de la historia de Hans Hoffmann (Franz Rogowski), un hombre alemán que ha pasado gran parte de su vida adulta tras las rejas, por el simple hecho de ser homosexual. La historia abre en 1969, con una nueva aprensión del protagonista y su consecuente ingreso en la cárcel, debido a una trampa que la policía armó en una zona de encuentros sexuales donde fue grabado en varias ocasiones. Con una actitud un poco cínica, vemos a Hans moverse como pez en el agua dentro del centro penitenciario, ya que conoce de memoria los procedimientos y a varios de los presos por sus múltiples estancias en el lugar, incluso alegrándose al ver a otros, como el caso de Viktor (Georg Friedrich), un condenado a cadena perpetua con quien parece tener una amistad. A la par de esto, lo vemos interesarse por otro joven recluso, maestro de violín, sentenciado por el mismo “delito” que él, de nombre Leo Giese (Anton von Lucke), a quien recuerda haber conocido en el lugar donde se daban los encuentros clandestinos. Un día, por defender a este último del acoso realizado por otros convictos en el patio, es encerrado en solitario, en una oscura celda a la que parece no temer, pero que lo hace viajar al pasado.
La película utiliza los flashbacks como recurso para contarnos diferentes etapas en la vida de Hans, desde su primer ingreso en la cárcel, en 1945, después de haber sido liberado de un campo de concentración nazi. Debido a su orientación sexual, el no gozó de la libertad de otros que lograron sobrevivir al infierno que representó el Holocausto, ya que fue transferido en automático de un encierro al otro. En esta etapa es que se da su primer encuentro con Viktor, quien lo rechaza de entrada al compartir celda, pero con quien crea un lazo afectivo que se va dando con el tiempo, naciendo entre ellos una amistad una vez que la homofobia del segundo va desapareciendo.
La cinta regresa a 1969, donde se menciona la posible libertad de Viktor, al mismo tiempo que se nos muestra la preocupación que tienen uno sobre el otro. A Hans le inquieta la adicción a las drogas que tiene su amigo; pero es Viktor quien hace evidente que no está tranquilo por la relación que mantiene su compañero con Leo, mencionando algo ocurrido en una estancia previa del protagonista en la cárcel. Debido a este roce entre ambos, la cinta vuelve en el tiempo, pero ahora a 1957, donde se nota el avanzar de los años en ambos, y se nos muestra la relación previa que Hans mantenía con un joven llamado Oskar (Thomas Prenn), quien también había sido apresado, por el hecho de haber vivido juntos como pareja. El desenlace de este periodo, y de la relación misma, parece haber marcado a Hans, por lo que comenzamos a entender su actuar y la forma en que reacciona a ciertas situaciones.
El tercer acto de la cinta se regresa al presente de los personajes, donde estos comienzan a enfrentarse a situaciones que los hacen cuestionar algunas cosas. Hans debe dejar de lado su aparente egoísmo por el bien de otros, ayudar a su amigo en problemas y desarrollar su relación de una manera en la que no lo esperaba. Todo, antes de que se de el cambio legal que le brindará, en apariencia, la gran libertad que menciona el título de la película.
Podría parecer que en esta ocasión hablé mucho de la trama, pero no es así, ya que la mayoría de los sucesos importantes que ocurren en esta historia no se dan en imágenes, sino en el interior de los personajes. El director Sebastian Meise, quien también escribió el guion, junto con Thomas Reider, logra en este, apenas su segundo trabajo de ficción, mezclar a la perfección el drama carcelario con el LGBTIQ+, para exponernos la represión que vive el personaje principal, no sólo en cuestiones físicas, sino emocionales. Hans se nos muestra estoico, inamovible con respecto a sus convicciones, prefiere mil veces ser encarcelado que pretender ser algo que no es; al mismo tiempo, esos periodos dentro de la cárcel le hacen sentir una libertad mayor que la que tiene entre una sociedad que lo repudia y rechaza. Él ha aprendido las reglas, pero las sabe manejar, ya que en el interior las cosas no son fáciles tampoco, hay brutalidad y rechazo; las décadas avanzan, pero los procesos penitenciarios se mantienen idénticos, como una metáfora de que la sociedad se ha estancado. La guerra terminó, pero algunos siguen padeciéndola; la supuesta libertad de la que se disfruta en la época de post guerra no se brindó de manera equitativa para todos.
Como puede verse, a pesar de tratarse de ficción, la película tiene la estructura clásica de una biopic de manual, situando el conflicto en un momento importante para el protagonista, pero remembrando episodios trascendentes en su historia. Esto, que pudo jugar en contra, termina sin importar debido a que los escritores son hábiles al mostrarnos muchas más capas de las acostumbradas en un producto de este estilo. Su narrativa, apoyados en la fría, pero intensa y acorde fotografía que realizó Crystel Fournier, nos proyecta la dureza de un mundo que ha terminado por contagiar a Hans, a pesar de no conocer nada de su vida salvo los episodios que se nos presentan. Él quiere ser querido y aceptado, pero no piensa suplicar por ello, no va a doblegarse, después de una vida en la que ha sido humillado y minimizado por algo que no es su culpa. ¿Por qué eres así? Le preguntan a lo largo del metraje, a lo que él sólo responde con una sonrisa y algunas palabras que recita como si no importara nada de lo que le sucede. Él sabe que no comete ningún delito, pero la vida lo ha golpeado por ser quien es, por eso esa aparente frialdad, por eso lucha a su manera contra los que lo atacan, construyendo muros para protegerse, muchos más altos y resistentes que los de la cárcel. Todo después de que llegan los momentos en que se ha quebrado, después de permitirse sentir, cuando pierde no sólo el objeto de su amor, sino toda esperanza de que las cosas mejoren para él y tener una vida como todos los otros, aceptando el lugar que la sociedad le ha impuesto, pero rebelándose de la única manera que puede hacerlo.
Franz Rogowski es una fuerza de la naturaleza interpretando cada una de las etapas que los guionistas le han regalado en la forma de Hans, cosa que a estas alturas a nadie debería de asombrar por el enorme talento del actor, pero en esta ocasión sus rangos son innegables y sobrepasan por momentos sus trabajos previos. Las múltiples capas de su personaje implosionan ante nuestros ojos con la sutilidad que puede lograr alguien con su nivel interpretativo. En su trabajo, salvo una escena, no hay cabida para exponer de forma grafica sus emociones, todo está dentro de él, una sonrisa, una mueca o un movimiento de cabeza nos dicen mucho más que gritos y golpes al aire. La tristeza, el dolor, el enojo, la ira se disparan por sus ojos y las pocas grietas que su coraza ha sufrido con los años, de una manera que nos hace sentir lo mismo que él está viviendo. Luego viene esa escena, la escena, ese momento en que se permite explotar, cuando se le revela lo único que puede hacerlo caer, directo a los brazos de Georg Friedrich, otro que merece aplausos aparte por las secuencias en que se le permite brillar. La dualidad en ambos se logra como si no costara, al momento de desear una libertad que se rechaza cuando se logra, ya que ninguno de los dos sabría qué hacer con ella, puesto que nunca la han tenido. Un dueto que funciona como la mejor de las maquinarias, aunque el show se lo robe Rogowski por completo.
Große Freiheit es una cinta que debe ver, aunque posiblemente no lo vayan a hacer, todos aquellos que se queja de la supuesta inclusión forzada, o los que se preguntan cada año el porque de marchar y exigir, que recuerda la opresión que las minorías, no solo esta, han vivido bajo el yugo de una mayoría que rechaza y estigmatiza. Una cinta que habla de algo que parece lejano, pero no lo es, algo que debería haber quedado en el pasado, pero sigue sucediendo. Y si todo esto no importa, entonces debe verse porque es una magnifica película, que nos habla de la voluntad humana por salir adelante y no dejarse vencer, que esta maravillosamente escrita y realizada. Cine de calidad, guste el tema que trata o no.