C’mon C’mon (2021)

Con la temporada de estrenos veraniegos a un paso de iniciar en forma, es agradable ver que alguna película más pequeña logra encontrar un hueco, aunque sea tardío, en el saturado calendario que las distribuidoras programan para México. Cintas más personales que no buscan tan sólo acumular enormes cantidades de dinero en su corrida comercial, ya que estas intentan conectar con el público en un aspecto más íntimo, con historias sencillas, pero no por eso simples, ya que tienden a retratar problemáticas humanas, situaciones con las que todos podemos identificarnos, como es el caso de la cinta C’mon C’mon, cuarta película del director Mike Mills, y de la cual que hablo a continuación.

La cinta, que tuvo su estreno el pasado septiembre en el Festival de Cine de Telluride, nos cuenta la historia de Johnny (Joaquin Phoenix), un periodista radiofónico que pasa sus días recorriendo el país, buscando entrevistar a niños y adolescentes, preguntándoles su punto de vista sobre la vida y sus expectativas para el futuro. Un día, mientras se encuentra en Detroit realizando su trabajo, recibe una llamada de su hermana Viv (Gaby Hoffmann), quien vive en Los Angeles y de quien ha estado distanciado desde la muerte de su madre un año atrás. Después de una corta conversación, su hermana le dice que tiene que viajar a Oakland para cuidar unos días a su mentalmente inestable esposo Paul (Scoot McNairy) que está atravesando una crisis, situación que la obliga a pedirle ayuda para cuidar a su hijo Jesse (Woody Norman), el cual, en palabras de su propia madre, es como menos, raro. Johnny accede, viajando a California, notando que su hermana no ha mentido y el comportamiento de su sobrino es muy peculiar. Al día siguiente, su hermana viaja como estaba planeado, pero todo se complica cuando descubre que la condición de su marido es peor de lo que pensaba y tendrá que permanecer más días de los que había contemplado, por lo que Johnny, obligado a volver a trabajar, debe cargar con su sobrino en un viaje que los lleva primero a New York City y luego a New Orleans, mismo que les permitirá profundizar en su relación, conociéndose más a fondo; pero al mismo tiempo, la interacción entre ambos los hará descubrir cosas en sí mismos que hasta el momento se negaban a aceptar.

Personalmente, debo aceptar que nunca he sido fanático de las películas que utilizan el recurso del niño para crear un lazo emocional con el espectador, pero en esta ocasión los nombres relacionados al proyecto lograron generar en mí el interés suficiente para ver la cinta, llevándome una sorpresa muy agradable; aunque resulta obvio que, después de explicar la sinopsis de esta, sabemos que no nos encontramos ante un producto que busque descubrir el hilo negro o que vaya a revolucionar la industria del cine, no, la base en que se basa la trama y su narrativa la hemos visto muchas veces ya, pero no por eso se trata de una realización desdeñable, sino todo lo contrario. 

C’mon C’mon basa sus puntos a favor en los tres factores que mencioné de inicio. Por un lado, tenemos a un director, que también es guionista, que ha sabido utilizar sus historias personales para desarrollar tres proyectos de enorme sensibilidad, pero sin llegar a la manipulación básica acostumbrada. En Beginners (2010), el director ya había basado su historia en la de su padre, quien salió del closet al morir la madre de Mills, muriendo cinco años después de cáncer, tal cual sucede con el personaje de Christopher Plummer (ganando un Oscar en el camino) en la película; también, en 20th Century Women (2016), guión que le dio su única nominación al Oscar hasta el momento, el cineasta retrataría, parte realidad, parte ficción, la relación con su madre y hermanas, así como el resto de las mujeres que marcaron su infancia. Ahora, más maduro y en otra etapa de su vida, parece orgánica la decisión de plasmar su experiencia personal con un niño, ya que el mismo se convirtió en padre en el 2012, pero cambiando su personaje de padre a tío.

El guión, que a mi gusto es mejor que la dirección, sin demeritar a la segunda que también es muy lograda, llena los 110 minutos de duración con una carga emocional que en otras manos se ahogaría en sentimentalismos, pero Hill es lo suficientemente capaz para sólo rozarlo, logrando que empaticemos con los personajes y situaciones. Esto es difícil de entrada, cuando se nos presenta a un Jesse malcriado, lleno de manías y con mínimo respeto a la autoridad; así como a un Johnny que parece estar feliz con su vida por fuera, pero que proyecta una tristeza y melancolía en sus movimientos y miradas que nos evidencian que se encuentra muy cerca, si no es que ya está hundido, en la depresión.

Ambos personajes ocultan cosas, ya sea consciente o inconscientemente, y el realizador es lo suficientemente inteligente y capaz para no mostrarnos su verdadero ser, las razones del comportamiento de ambos, hasta que la película ha avanzado casi al final del segundo acto. Conforme la relación entre ambos se estrecha y las conversaciones fluyen con mayor soltura, los vemos compartir miedos, angustias y traumas no procesados, cada uno desde su perspectiva, acordes a su edad, pero no por eso unos más importantes que otros. Al fin y al cabo, la cinta nos habla de la expectativa por un futuro que no parece que vaya a mejorar, sin dejar de lado el pasado que nos ha transformado en lo que somos ahora, que nos ha marcado desde niños. El miedo de Jesse por heredar la condición mental de su padre, la soledad de Johnny que sigue en proceso de duelo por una relación que terminó muy mal, el miedo al abandono por parte del primero, rencores pasados familiares por parte del segundo, el no embonar con tu entorno por tu forma de ser, el sentir que el pasado no cumplió con las expectativas y el futuro no luce prometedor. 

Todas preguntas realizadas uno al otro, hasta que las barreras que ambos se han puesto para no demostrar su verdadero sentir se derrumban y por fin terminan gritando lo que los carcome por dentro, tanto en sentido figurado como gráfico. Todo lo anterior, mientras se intercalan las entrevistas verdaderas que se realizaron durante el rodaje a los niños que aparecen cada determinado tiempo como parte del proyecto de Johnny, dotando a la película de un aire de realismo y cine independiente, con algunas respuestas complementando la trama, otras que sirven para ampliar este mundo visto a través de los ojos infantiles que es la premisa principal de la cinta. Lamentablemente, algunos de estos cortes en que se incluyen las entrevistas, en lugar de ayudar, cortan un poco con la narrativa, sintiéndose forzados y hasta fuera de lugar, pero son los mínimos a comparación de otros donde algunos entrevistados hablan con tanta naturalidad y seguridad, que nos hace difícil creer que sus respuestas son reales. 

Nada de lo anterior resultaría tan eficaz y bien logrado, si no hubiera sido por la atinada selección del reparto, que en esta ocasión divide el paso principal en dos figuras. Primero un contenido y sutil Joaquin Phoenix, en su primer trabajo desde que ganara el Oscar por Joker (2019), con una actuación que puede ser vista como lo opuesto a ese personaje. Johnny es calmado, pausado, con la paciencia suficiente para soportar a sus sobrino, cuestionando su comportamiento, pero al tanto de que el niño es así por una razón; luego lo vemos sucumbir ante el terror de perderlo y el malestar que le provoca verse víctima de las bromas infantiles; para al final, mostramos la vulnerabilidad provocada cuando el dolor que ha guardado tanto tiempo comienza a mostrarse en la forma de contadas lágrimas que brotan por sus ojos, una vez que el niño lo hace cuestionarse cosas que el trata de enterrar en lo más profundo de su ser.

Pero si hay que brindar aplausos a alguien, es al pequeño Woody Norman, posiblemente la revelación infantil del año pasado, que brinda una de esas actuaciones tan naturales que pareciera no estar actuando, para transformarse ante nuestros ojos, dándole pelea a Phoenix en cuanto a nivel de interpretación; primero como ese niño molesto que por momentos te provoca mandarlo a callar, malcriado y lleno de manías; luego lo vemos abrirse un poco, sobre todo cuando habla en lo privado con su tío, aunque con renuencia inicial; al final, en dos escenas particulares, cuando dice que no cree que su madre lo quiera, mostrando el miedo al abandono y el rechazo a su figura paterna, pero sobre todo cuando por fin se libera, acepta todo lo que siente y lo grita a todo pulmón gracias a la guía de Johnny que ha logrado ver a través de él. El dúo forma una de esas parejas que te es imposible imaginar con otros actores, debido a la química que se desarrolló entre ellos. Mención aparte merece Gaby Hoffmann, como la madre cansada, harta, teniendo que hacerse cargo de uno, sino de dos hijos, tomando en cuenta la condición de su marido; su agotamiento, fastidio, preocupación, entrega y amor se notan en cada escena que se presenta, a pesar de que la mayoría de su interpretación la realiza ya sea sólo con voz o con un teléfono pegado en el oído, en solitario. Aplausos para el trio de interpretaciones.

C’mon C’mon, enmarcada con su nostálgica fotografía a blanco y negro, es uno de esos productos que ahora pareciera fuera de lugar y posiblemente así lo sea, pero que si llegas a topártela la verás de principio a fin. Puede que no sea perfecta, con algunos traspiés de ritmo y situaciones predecibles, pero son cuestiones que una vez inmersos en su historia, dejan de tener importancia. Sentimental, empática, bonita, muy linda, todo dicho sin el mínimo dejo de connotación peyorativa. Una cinta gestada con la idea de tocar fibras, logrando su objetivo con creces, pero sin manipular al espectador, ya que no lo necesita. Si se tiene la oportunidad, véanla, pasaran un buen momento, con una película muy bien hecha, pero que al mismo tiempo los hará sentir bien.