Los riesgos del ocio

Escucho y leo con rabia como de pronto la gente hace mucho énfasis en el hecho de que a una de las chicas encontrada asesinada esta semana (que frase tan horrendamente real “una de las chicas”), la “abandonaron sus amigas”, “la dejaron sola en la fiesta” y demás por el estilo. Como si fuera responsabilidad de las amigas. Como si uno como amiga de alguien tuviera que estar siempre al pendiente de ella. Sí, la amistad es cuidar e interesarse pero no responsabilizarse del otro.

Así que ¡oh sorpresa, gente!, la culpa no es de las amigas que se fueron de la fiesta a la hora que decidieron hacerlo, ni de los padres por dejarla ir a la reunión, ni de ella por haber ido a donde sea que haya ido. La culpa es de quién la secuestró y la mató y eso parece estar olvidándolo la opinión pública. Porque sí, es más fácil acusar a todas las demás circunstancias que a la realidad. Y la realidad es que estamos en un país violento y resentido, que ya le encontró gusto a matar mujeres, porque sabe que no habrá ninguna consecuencia ante ese acto.

Y cuando digo país, ya saben a quiénes estoy haciendo referencia. Antes de que salgan con que las mujeres también matan y a los hombres también los matan, quiero dejar sentado que no tocaré esos temas porque ya están bastante bien explicados en otros textos.

Yo hablo del dolor de Ciudad Juárez, por ejemplo ¿recuerdan hace años, más de veinte, la cantidad de desaparecidas, que por cierto, no ha cesado?; escribo del miedo de no saber si regresarás a casa; de la rabia de los que esperan y/o creen que habrá justicia alguna vez; del terror de provoca en cualquier lado la presencia del extraño que se aparece por detrás (como me pasó el miércoles saliendo del súper);  de la duda de si seguir caminando cuando ves al que viene de frente y no sabes si solo va pasando o tiene algo planeado; de la facilidad con la que se culpa a la víctima. 

Me ha tocado escuchar las razones más absurdas justificando el que hayan violado, secuestrado o asesinado a una mujer. Comentarios que van encaminados las más de las veces a cerrar tema, a olvidar caso, a ponerse en el pedestal de “a nosotros nunca nos pasará, porque nosotros no somos así”. 

Sigo sin entender a quienes emiten esos comentarios, porque los hechos demuestran que todas las mujeres están expuestas, desde niñas que apenas están dejando de ser bebés, hasta ancianas recluidas en casa por problemas motrices; sin distinción de colores, formas, tipos de belleza, vestimentas, temperamentos y un sinfín de etcéteras; porque si se han fijado bien, lo único que tienen en común todas ellas, es que son mujeres que se encuentran en un país llamado México, donde, además, el público se burla de la violencia que encontraron en manos de, pareciera, “unos pobrecillos que únicamente aprovecharon la ocasión que ellas mismas propiciaron”.  ¿Notan lo absurdo de esa lógica? ¿No les llega esa rabia terrible de sentirse solos en medio de tanta tontería? ¿De tanta falta de sensibilidad? ¿Qué tiene que pasar en un ser para terminar con la vida de otro con tanta violencia? Y peor aún, ¿qué tiene que pasar en un ente para burlarse y congratularse, ante esos hechos violentos?