The Desperate Hour (2021)
La pandemia de Covid 19 cambió todo, desde nuestros hábitos personales, hasta la manera en que la sociedad tuvo que adaptarse en todo tipo de sentido. Los sistemas de educación se transformaron, los laborales se adaptaron y en general, todo ámbito se vio trastocado por esta problemática mundial. Resulta lógico entonces, que el cine y la televisión también tuvieran que modificar sus procesos de producción, ya sea esperando a que las condiciones volvieran a ser idóneas para laborar de manera regular o desarrollando maneras creativas de mantenerse activos sin poner en riesgo a los relacionados con los proyectos. Con esta segunda opción como base, es que se creó un, llamémoslo, subgénero temporal, “cine de pandemia”, que nació debido a las necesidades del momento, con características muy definidas: productos realizados con el mínimo elenco y equipo técnico, presupuestos reducidos, con historias que no necesitaban demasiadas locaciones y grabadas en el menor tiempo posible.
Ejemplos de este tipo de producciones son los capítulos especiales Trouble Don’t Last Always (2020) y Fuck Anyone Who’s Not a Sea Blob (2021) de la serie Euphoria. El primero estelarizado por Zendaya y Colman Domingo, entablando una larga conversación en una cafetería; el segundo con la participación de Hunter Schafer y Lauren Weedman, en una sesión de terapia psicológica como escenario.
En el cine, algunos de los exponentes de este estilo de manufactura son las cintas Locked Down (2021), con Anne Hathaway y Chiwetel Ejiofor encerrados en su departamento, donde se reflejaban las primeras semanas de confinamiento; Malcolm & Marie (2021), nuevamente con Zendaya, acompañada en esta ocasión por John David Washington, como una pareja conformada por un directos y una actriz, en una habitación de hotel, después de asistir al estreno de una de sus películas; y la cinta de la que hablo hoy, The Desperate Hour, del director Phillip Noyce.
La trama, que se adapta al formato explicado en los párrafos anteriores, nos narra, salvo los primeros veinte minutos, en tiempo real (la hora mencionada en el título), la lucha de una mujer, Amy Carr (Naomi Watts), para llegar al lugar donde su hijo se encuentra en peligro. Con la víspera del primer aniversario de la muerte de su esposo como base, vemos como la protagonista decide tomar un día libre de su trabajo, para hacer compañía a su deprimido hijo adolescente, quien también padece los estragos del duelo y le ha dicho que no quiere ir a la escuela ese día. Ella decide salir a correr para despejarse antes de realizar cualquier otra actividad, lo que la lleva a alejarse algunos kilómetros de su casa, sólo para verse horrorizada por una alarma que recibe en su celular, en la que se indica que las escuelas de la zona han sido resguardadas por la policía debido a un incidente.
Sabiendo que su hijo se encuentra en casa, centra su interés en su hija menor quien sí había asistido a clases esa mañana, recibiendo la buena noticia de que el incidente, sin revelar hasta el momento, no ha ocurrido en esa institución y la niña se encuentra a salvo. La calma dura poco, una vez que se le indica por medio de una llamada, que su hijo cambió de parecer a último momento y sí acudió a su escuela, lugar que resulta el centro del conflicto, un tiroteo. Desde ese momento, Amy tiene que buscar los medio para movilizarse desde su ubicación para llegar al lugar donde el resto de los padres esperan información, al mismo tiempo que trata de comunicarse con su hijo sin éxito. Usando los pocos recursos que tiene, se ve obligada a correr largas distancias, así como conseguir información sobre lo que está sucediendo, sin mas herramientas que su teléfono móvil, mientras la desesperación la embarga, debido a las dos posibilidades que se le presentan, ambas con el mismo probable desenlace: perder a su hijo.
A pesar de lo interesante que pueda sonar la trama, esta es una de esas películas que suena mejor en papel que en el desarrollo, ya que falla en varios aspectos importantes, pero prefiero esta ocasión comenzar hablando del principal atractivo de la cinta y la causante de que esta logre disfrutarse por momentos: la actriz Naomi Watts. Lo primero que hay que decir, es que, salvo la secuencia de apertura y el desenlace, la actriz permanece completamente sola durante casi una hora del metraje, con la única compañía de su teléfono móvil; incluso una vez que comienza a interactuar con otro personaje en la recta final, el mismo no tiene mayor peso que ayudarla a movilizarse y la cámara se mantiene casi todo el tiempo sobre el rostro de la actriz. Para cualquier actor, este tipo de trabajos significa un esfuerzo titánico, ya que cargan con el peso de toda una producción sobre sus espaldas. Una mala interpretación o un error de casting puede destruir un producto como este en un instante, pero en este caso la interprete logra manejar la presión con un aplomo y naturalidad del que carece el guión con el que le tocó trabajar.
La vemos transformarse desde un tramo inicial en que se evidencia el dolor y depresión que la perdida de su esposo le ha provocado, hasta volverse una fuerza imparable para lograr el objetivo de llegar hasta su hijo, no sin antes verse ante una posibilidad que le aterra al pensar el peor de los escenarios. Naomi corre con desesperación, lucha contra el reloj, sufre lesiones, se levanta y continúa, saca fuerzas de donde puede una vez que estas comienzan a abandonarla y la duda la quiebra por momentos. Una gama de emociones que la actriz maneja con intensidad, pero al mismo tiempo con la sutileza necesaria para que nada se sienta forzado, por lo menos en su interpretación, ya que la escritura de su personaje no debió ponérselo fácil. Hora y media en la cual nos recuerda la razón de tener dos nominaciones al Oscar (pocas para mi gusto) y que vuelven más triste el hecho de que una actriz de su tamaño se haya visto relegada en la última década a productos que están muy por debajo de su capacidad y talento. Ella brilla como la gran actriz que es, elevando un producto que bien pudo estelarizar una desconocida, lo cual debe agradecer el director.
Pero como ya he dicho, la película tiene varios puntos en contra, empezando por un guión que no termina de definir su tono. Podemos culpar la premura con la que posiblemente se haya escrito, ya que ninguna de las cintas que se rodaron bajo este esquema es memorable o siquiera será recordada por su calidad argumental, dejando el peso sobre sus actores; pero este en especial lucha por encontrar el género al que pertenece. Por momentos parece que se decantará por el thriller, otros tantos por el drama social, coqueteando con el familiar, pero sin llegar a adentrarse del todo en ninguno. Todo esto puede entenderse y hasta comprenderse debido a las precarias condiciones en las que se grabaron estas cintas, ya que luchar contra el tiempo, mientras eres observado por las autoridades sanitarias no debió haber sido fácil; aún así, si lo comparamos con otras producciones, de las que se consideran teatro grabado, y que comparten ciertas características, podemos pensar que el principal problema es una historia que fue escrita sobre la marcha. Chris Sparling, encargado de la escritura, no es nuevo en esto de mantener personajes alejados o encerrados, puesto que ya lo hizo en Buried (2010), ATM (2012) o incluso en gran parte de The Sea of Trees (2015), donde también actúa Watts, pero en esta ocasión parece que el director le pidió que desempolvara alguno de sus guiones inéditos, adaptándolo para la situación que se vivía, aprovechando la oportunidad de producirlo. Lamentablemente, y a pesar de la corta duración de la cinta, por momentos se vuelve ilógica, reiterativa y hasta predecible en algunos de sus intentos por mantener el interés sobre una historia que trata de abarcar más de lo que puede.
Phillip Noyce, el director, tiene buenas intenciones con esta película, pero ninguna llega a buen punto. Puede notarse que se encuentra totalmente fuera de su elemento tratando de manejar una historia tan intima, que en manos más sutiles pudo haber funcionado mejor. Él siempre ha sido un director funcional, incluso taquillero en algunos casos, como lo demostró ya con Dead Calm (1989) en su natal Australia; así como en su salto a Hollywood, donde dirigió Patriot Games (1992) y Clear and Present Danger (1994), ambas con Harrison Ford; o The Bone Collector (1999) y Salt (2010), las dos cintas que dirigió con Angelina Jolie. Lo suyo es la acción y el thriller político/policiaco de gran presupuesto y ritmo acelerado, efectista más que efectivo, por lo que una historia sobre una mujer sufriendo por la perdida, en un renacer emocional debido a las circunstancias, no parece un proyecto para él.
The Desperate Hour es una película que puede considerarse genérica, que en definitiva no será recordada por mucho tiempo por los pocos que lleguen a verla, pero que, en caso de hacerlo, se deberá a una Naomi Watts que entrega todo y que logra hacer que la cinta no se sienta como un largo comercial de iPhone, el otro protagonista de la historia. Cine que, sin llegar a ser desastroso, no aporta nada que no hayamos visto ya, pero que puede llegar a entretener por momentos y posiblemente funcione mejor entre el publico que tiene hijos y pueda identificarse con el personaje. ¿La recomiendo? No del todo, pero puede ser una buena opción para ver cuando llegue al mercado casero.