Una historia de amor y desamor

  • Reseña de “Todos los días son nuestros” de Catalina Aguilar Mastreta 

Me gusta lo que he leído. Catalina nos presenta un texto de lectura fácil. Ya sé que a muchos autores les molesta que se diga esto sobre sus trabajos, pero en esta ocasión quiero hacer un reconocimiento al esfuerzo de escribir, pulir, reescribir; es una labor minuciosa y extenuante que habla del respeto por el lector. Es difícil escribir algo que se lea fácil. 

Se trata de una novela publicada en 2015 que va en su séptima reimpresión; la más reciente este año: un auténtico Best Seller. Catalina es también la directora, junto con Santiago Limón, del exitoso filme Cindy la regia, que se estrenó a principios del año pasado, justo antes de la pandemia. Hay varios paralelismos entre este filme, el otro menos conocido que dirigió en 2014 (Las horas sin ti) y la novela que hoy comentamos: Son historias de mujeres, las madres y abuelas tienen roles primordiales y se cuestiona lo que significa ser mujer en estos años. 

Todos los días son nuestros es un drama centrado en una historia de amor y desamor. María, comunicóloga de la UNAM, polichambista, liberal, feminista, autosuficiente, crítica de cine, con una madre aún más liberal que ella y padre ausente, enfrenta el fin de su relación con Emiliano, con quién ha vivido por ya diez años. Emiliano es un junior algo inmaduro que juega a ser guionista. El rompimiento ocurre sin que ninguno de los dos entienda por qué; lo único que saben es que ya no pueden seguir viviendo juntos. Eso no significa que no se quieran y no se deseen; simplemente se acabó la relación y ellos luchan por seguir viviendo unas vidas que parecían ligadas para siempre.

-¿Conoces a Emiliano Cervera?

            ¿A cuál de todos?, porque hay varios. Conozco al que dormía de lado con los ojos y los puños apretados como un niño. Al que se enterraba en mi pelo y me decía Mari, Mari, Mari, como una plegaria. A ése lo conozco o, bueno, lo conocí, no sé del presente. No me acuerdo en qué tiempo, pero en uno pasado, era el amor de mi vida, el viejo de mi vejez, el papá de los hijos que no tengo. Era el agua de mi propio aliento y la memoria que tiene mi piel -entre el cuello y el pecho-…

La pluma de Catalina es filosa, ácida. El texto está lleno de frases sarcásticas y humor corrosivo. Se burla de sí misma y de su mundo de privilegios, mientras quiere hacernos creer que Mari es clasemediera, aspiracioncita y luchona.

No era yo una niña bonita. Para nada. Tenía los ojos separados y era flaca, pero panzona como caballo de feria enfermo…

Roberta se quedó siendo la guapa de la clase, a pesar de que con ella fue injusta la biología, la edad le volvió los caireles crespos y las pompas jamonudas…

Era la época de las fiestas de quince años y las niñas se vestían de pastel de tres pisos…

Detrás de él, su hermana Yvette arrastra los pies, quizá porque sigue enojada de que sus papás le pusieron de nombre Yvette.

A mí me gusta quedarme con los niños, no porque sea yo muy niñera, sino porque me gusta la idea etérea de ser la tía rara de la infancia de alguien. Y definitivamente soy la tía rara de la infancia de estos dos. Su mamá nunca me ha querido mucho. Sabe que estrené a su marido…

Quizá la crítica más grande que puede hacerse a la novela es que transcurre en un México que solo puede existir en la mente de alguien que no vive aquí, o que vive en un ambiente que no se conecta con la realidad. La historia ocurre en los años en que se conoció la tragedia de las Muertas de Juarez y el inicio de la Guerra Contra el Narcotráfico; son también los años posteriores a la Gran Marcha Blanca cuando las clases medias salieron a las calles de la ciudad de México a protestar por la inseguridad. En esos días te asaltaban en los semáforos y los secuestros estaban a la orden del día. Nada de eso aparece en Todos los días son nuestros; ningún personaje sufre ningún percance; nadie parece preocupado por su seguridad. 

Hay también un cierto toque fresa cuando Mari se reúsa a fumar mariguana mientras recuerda el dicho de su mamá: “en este país no cumplir la ley es ser parte fundamental del enorme problema.” Más allá de que la frase tenga mucho de verdad, suena algo extraña en boca de una joven como María.

La novela toca muchos temas que preocupan a las mujeres de hoy: la independencia económica, el deseo y el sexo, el matrimonio, el papel de los hombres en sus vidas, el aborto, la vida misma. Mari entra a la adultez a trompicones, al amparo de la libertad que le da su madre. Sufre la culpa de la infidelidad y enfrenta las consecuencias, pero sobrevive al “¿qué dirán?”. Ahora vive el duelo del fin de su relación con Emiliano que, aunque se daba en un marco de libertad sin papeles, ella la asumía como permanente.

Todos los días son nuestros. Catalina Aguilar M. Oceano. Séptima reimpresión. Julio 2021.