En el Barrio (In the Heights, 2021).
Antes de cualquier otra cosa, debo confesar que a mí no me gustan los musicales. No sólo no me gustan, los detesto. Salvo algunas excepciones como Chicago, Dancer in the Dark, Cabaret y All that Jazz, que por sus temáticas o manufacturas se alejan del común, tiendo a evitarlos como a la peste. Dicho esto, es momento de hablar de una película que se ha estrenado recientemente en las salas de los complejos cinematográficos de varios países, así como en HBO Max, gracias al formato hibrido que ha decidido manejar la Warner Bros. La cinta en cuestión es la adaptación del musical In the Heights.
Primero, un poco de contexto: sería el año 2015, cuando el tercer musical de un joven compositor y letrista irrumpiría en los escenarios de Broadway causando un fenómeno cultural equiparable a clásicos del género como lo son Cats, Wicked y The Phantom of the Opera; la producción en cuestión era Hamilton. A estas alturas, es casi imposible que alguien no haya, por lo menos, escuchado el nombre de su creador, Lin-Manuel Miranda, amo y señor detrás de ambas obras. Con un éxito de esa magnitud, no fue de extrañarse que Hollywood posara sus ojos sobre el también actor y lo invitara a formar parte de diversos proyectos, tanto detrás (creando las bandas sonaras para películas como Moana y un par de la franquicia Star Wars), como delante de las cámaras (Mary Poppins Returns).
Como era de esperarse, la industria cinematográfica, que tiende a exprimir hasta la última gota del potencial económico de un fenómeno, hasta dejarlos más seco que nuestros mantos acuíferos, no tardaría en tratar de sacar el máximo provecho a su nueva superestrella, buscando cualquier producto relacionado con él para llevarlo a la gran pantalla. La opción lógica: viajar al pasado y adaptar su primer éxito teatral, proveniente del lejano 2008, al cine.
La versión cinematográfica de In the Heights, a diferencia de su puesta en escena, tuvo un recorrido atropellado para poder llegar a la pantalla, comenzando con un primer intento por adaptarla que se remonta a una década atrás, con cancelación incluida; el escándalo por acoso y abuso sexual de Harvey Weinstein, productor original de la película, una vez que el proyecto había sido retomado para realizarse; la subsecuente subasta de derechos, adquiridos al final por Warner Bros; y las negociaciones infructuosas con la actriz Rita Moreno para participar en el proyecto. Pero, como en un cuento de hadas y a pesar de estos baches en el camino, las grabaciones comenzaron a mediados del 2019.
Uno pensaría que una película con tantos problemas para ver la luz transmitiría esto en su producto final, pero el recibimiento que ha tenido desde su primera proyección en el Festival de Cine de Tribeca, ha sido por demás entusiasta, con algunas de las puntaciones más altas en lo que va del año.
Ahora, una vez vista, llega el momento de hablar de la película. Lo primero que diré es que, si bien cumple con todo lo necesario para divertir y mantener el interés a lo largo de las más de dos horas de metraje, dista de ser la joya que la crítica ha tratado de vendernos. La historia no es nada que no se haya visto antes, aunque es muy raro que algo lo sea en la actualidad: personaje protagónico con limitadas posibilidades tratando de realizar sus sueños, al mismo tiempo que busca conquistar a la aparente mujer inalcanzable de la que ha estado enamorado durante años. Conflicto visto hasta la saciedad. La narrativa que puede separar a esta producción de otras es que la trama, a pesar de contar con el punto principal mencionado antes, no sólo habla de conflictos personales, sino que expone y dignifica a una comunidad, los latinos que han emigrado en busca de un mejor futuro para ellos y sus familias, con el respectivo choque cultural que esto representa. Situada en el vecindario de Washington Heights, en Manhattan, durante un apagón de varios días, y narrada a manera de flashback por Usnavi, el personaje central, se nos cuentan los sueños y aspiraciones de una serie de individuos con sus problemáticas propias cargadas de anhelos y frustraciones.
El protagonista que vive añorando la posibilidad de regresar a su natal Republica Dominicana, lugar del que partió a muy temprana edad y de donde mantiene, según sus idealizadas palabras, los mejores recuerdos de su viva; Nina, la niña prodigio en la que toda la comunidad ha puesto sus esperanzas, al ser la primera de todos que logra ingresar a la universal, con la carga que representa para ella cumplir con las expectativas de su entorno, mientras lucha con el racismo al que es expuesta una vez fuera de la seguridad que su comunidad le brinda; Vanessa, el interés romántico de Usnavi, intentando forjarse camino como diseñadora de modas y lograr escapar del vecindario en el que ha pasado toda su vida, con la idea de que en otro sitio sus sueños se cristalizarán; Sonny, al que se le creo una línea argumental exclusivamente para la película, en una actualización acorde a estos tiempos de lo políticamente correcto, que toma como punto central el conflicto con los dreamers y la anulación de DACA durante la administración del presidente Trump. Todos los conflictos y sus resoluciones manejados con soltura, pero carentes de la profundidad necesaria, sobre todo en una época en que el problema migratorio, el racismo y la discriminación están tan en boga.
Dejando la parte argumental de lado, porque esto es un musical, y lo que más importa es precisamente eso, la música, no tiene queja alguna. El filme puede definirse como clásico, a la antigua, con elaboradas coreografías y números de mayor dramatismo para proyectar el sentir de los personajes. Respetando el espíritu de la puesta en escena, aunque prescindiendo de algunos números y personajes, mantiene esa mezcla de géneros que la caracteriza y que la separa del resto, topándonos con ritmos que van desde el rap hasta la salsa. En el aspecto técnico se dan momentos en verdad logrados, como los son la secuencia de apertura In the Heights, el acto más espectacular de la película con el numero acuático 96,000, la llamativa coreografía de The Club; otras de enorme emotividad como Paciencia y Fe y Alabanza; y un cierre unificador como Carnaval del Barrio. Todos ellos, apoyados por las actuaciones, cantos y bailes de un reparto que logra mantener el nivel que se necesita para un proyecto como este, encabezado por un carismático y talentoso Anthony Ramos, quien es acompañado por Corey Hawkins, las cantantes Leslie Grace y Melissa Barrera, el mismo Lin-Manuel Miranda y Olga Merediz quien es la única que repite el rol que interpretó en Broadway.
¿La recomiendo? Claro que sí, no todo en el cine debe ser una obra maestra. Puede que no sea para todos los gustos, pero incluso para alguien renuente como yo, es un producto que se disfruta de principio a fin. Para los amantes de este tipo de productos servirá para abrir el apetito en lo que llegan Annette, Tick, Tick… Boom! y el esperado remake de West Side Story, los tres musicales pendientes por estrenar, en un año que parece intentar revivir el auge del género. En definitiva, si lo que se buscas es divertirte y abstraerte de la pesada realidad que nos aqueja, está es la opción. Puede que por momentos pequé de ingenua, pero se agradece la visión positiva y no estereotipada del latino a la que nos tiene acostumbrados Hollywood. In the Heights es un cuento, es magia, sentimiento y mucha música que puede hacer pasar un buen rato a quien se lo permita.
Twitter: @cmigueldiazg